Criticar, odiar y
confrontar a otros ciudadanos por elegir un partido político
diferente al de tu elección es tan estúpido como pelear contra
alguien porque prefiere una fruta diferente a la que
prefieres.
Partamos del punto que la política es un
negocio manejado por percepciones, y es como tal un producto. Cada
partido tiene una división de relaciones públicas que marcan las
estrategias de como debe ser percibido un candidato, una acción, una
iniciativa y demás, lo cual es equivalente a un departamento de
mercadeo en una empresa de la iniciativa privada.
Los partidos
funcionan como empresas generando un producto que la gente quiera
comprar, pero en lugar de cobrar por la venta del mismo en dinero, se
hace en votos, lo cual representa un sustancial ingreso para cada
partido, dependiendo de su popularidad. La necesidad de un partido
político por venderse a más ciudadanos yace en la obtención de
dinero proveniente de los impuestos y donativos, y mientras más
personas compren su producto, más dinero tendrán.
Ese es
el factor fundamental percibido de la política contemporánea, en
donde se presta menos atención a las acciones y más inversión a
las acciones necesarias para tener dinero. Y si, es cierto que todos
los partidos políticos tienen en el fondo la intención de mejorar a
su país, pero esta situación no precede la necesidad de hacer
dinero.
Algunos dirán que sin dinero no se puede hacer nada, y en cierta medida tienen razón, pero el sistema político de países como México no permiten la continuidad de proyectos, vaya, ni siquiera hay un inventario de bienes muebles en cada dependencia gubernamental, con lo que se permite el saqueo de los bienes de los ciudadanos, que terminan siendo recompensas para los políticos que hayan manejado alguna dependencia pública.
Cada partido ofrece
algo “diferente”, y cada consumidor o votante tiene el derecho a
elegir el que más le convenza. Tomemos en cuenta que nuestra
situación no es igual a la de los otros millones de Méxicanos,
simplemente la diferencia entre urbes y campo es radical y pocas
veces entendida por los habitantes de una ciudad moderna.
Si
vemos a un votante de otro partido desde nuestros privilegios, no
podremos entender jamás porque esa persona fue tan “estúpida”
como para confiar en tal o cual político por el cual votó, al igual
que esa persona podría considerar “estúpida” a la que no lo
hizo, pues cada quien tiene su propia perspectiva y su propias
condiciones. El considerar a todos “nuestros iguales” en este
sentido es un error grave, que nos impide ser empáticos y trabajar
en conjunto.
Si, claro, es importante usar las redes sociales mara manifestar las inconformidades y señalar los errores cometidos, pues es una manera útil de unir voces, sin embargo comienzan peleas entre los mismos ciudadanos que prefieren manifestarse de manera violenta, sin saber que cada quien es dueño de su propia realidad, y que todos tenemos derecho a elegir a sus gobernantes, ¿o acaso no se trata justo de eso la democracia?
También existe la tendencia absurda a pensar que se debe convencer al interlocutor digital sobre su equivocación, lo cual es comprensible para personas que no suelen respetar el libre albedrío de los demás, sin embargo proyecta el miedo que sienten al sentirse derrotados por enfrentar a un país con un gobierno tan radicalmente opuesto al que uno mismo eligió, situación que da pauta a muchos confrontamientos y burlas entre ciudadanos.
Lamentablemente la guerra mediática digital entre dos bandos suele ser mordaz, agresiva y sobre todo muy impulsiva, y normalmente las divisiones se acentúan mucho más cuando entre ciudadanos se comportan como micos, gritándole al otro de manera hostil por tener gustos y situaciones diferentes. Es de ahí de donde viene la polarización que surje en países como México, por la impulsividad al herir los sentimientos de otros en una postura de superioridad; el famoso “te lo dije”.
Algo que no queda claro es que de nada sirve esta postura que solamente hiere las fibras del país, pues si el gobierno actúa mal, serán TODOS los habitantes quienes padezcan las consecuencias, y será entonces cuando la superioridad moral de elegir un producto sobre otro no servirá de nada, pues será demasiado tarde para unirse y trabajar en pos de un mejor país desde el principio.