Cuando el código se vuelve arte

Programar es una habilidad que resulta fácil aprender, sin embargo toma mucho tiempo dominar. Al igual que cualquier otra herramienta artística, el código puede ser usado por cualquier persona para expresar y hacer reflexionar a otros.

El código que existe detrás de la tecnología suele pasar desapercibido, y como tal se vuelve una estructura invisible que permite la unión y sincronía de los elementos digitales en una pieza. El mensaje que percibe la audiencia es resultado de una serie de procesos ocultos, en los cuales no solo reside la magia, sinó el orden y la lógica para hacer que las cosas pasen.

Actualmente es cada vez menos la gente que escribe su propio código, pues el movimiento open source ha permitido que los creadores tomen lo que necesitan de otros creadores, y la tarea de comprenderlo y adoptarlo – o bien escribir uno mejor – ha desaparecido, y con ello el arte de la programación.

El arte de crear código va mucho más allá de hacer que las cosas pasen… se trata de elegancia, de lógica, de eficiencia e incluso de estética. Un hacker apasionado comprenderá estas palabras, pues en su código la estética se obtiene a través de la lógica y los designios de cada lenguaje de programación.

Cuando un artista utiliza la programación como recurso creativo y escribe su propio código con intención, maestría y conocimiento, el código se vuelve una obra de arte per se con su propio mérito, incluso capaz de ser reconocido y expuesto por sus valores estéticos y la capacidad óptima y elegante de resolver un problema. Podríamos incluso desechar el resultado del código mientras este haya sido bien escrito y que la intención sea tan fuerte que permea cada rincón de cada línea.

Más allá del valor estético, también encontramos la capacidad del artista para resolver un problema con gracia. Las relaciones que se van creando con cada línea de código y las posibilidades que se desarrollan suelen provocar un arrebato en el creador, pues con cada caracter va modelando lo que pronto será un dominio en la realidad digital.

Al enfrentarse con una página en blanco, el programador atenta contra el vacío utilizando letras, símbolos y números como lo haría un alquimista. Cada línea permite la creación de un plano que se convierte de un punto a una línea, y de esta a un triángulo, y posteriormente un rectángulo, y así, hasta crear una forma indescriptible que dará pauta a la personalidad del producto.

La sensación indescriptiblemente placentera de ver como se va componiendo un resultado final, y la satisfacción de ver un nuevo mundo cada vez más completa en cada ejecución se vuelven motivadores para que el artista convierta su creación en una obra de arte por su propio mérito, dentro de su propio contexto.

A final de cuentas, así como la pintura puede ser admirada no solo por su belleza estética, sinó también por los detalles técnicos del uso del pincel; o bien en el cine y la fotografía, que más allá de la narrativa que existe al frente, se pueden apreciar un conjunto de detalles técnicos que enriquecen la producción y le dan un giro artístico, el código puede ser tomado en cuenta como referente para juzgar el trabajo del artista.

Solo tomemos en cuenta que no todo el código es arte, sinó que requiere de las manos de un artista para convertirse en ello. Sería difícil encontrar detrás de una aplicación de negocios alguna expresión artística, pero si es un artista el que lo escribe, tal vez lo que valga la pena observar no sea solo el resultado, sinó la técnica con la que fue logrado.

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