Pase gran parte de mi infancia y adolescencia tratando de imaginar como son las vidas de otras personas. Cuando pasaba fuera de una casa en donde se miraba la luz encendida, alumbrando a sus ocupantes, mi mente comenzaba a pretender que sabía lo que ocurría allí dentro.
Me emocionaba la idea de pensar que los habitantes de esa casa eran felices, y hacían cosas divertidas que además, los mantenían unidos. Me gustaba imaginar que las personas siempre estaban ocupadas, haciendo algo.
Conforme fui creciendo, entendí los patrones, entendí el mundo en el que vivo, y comenzé a comprender que toda esa fluctuante y radiante actividad, en realidad jamás había ocurrido.
La mayoría de las personas de quienes imaginé una vida próspera y feliz, en realidad solo estaban tirados frente al televisor, dejando que sus neuronas murieran lentamente minuto tras minuto.
Y si, en la imaginación de esos televidentes, ellos estaban haciendo muchas cosas, viajando, salvando al mundo, bailando, soñando con ser libres…