Las generaciones nacidas en los 80s enfrentan una dura problemática derivada del exceso de información con la que fueron estimulados desde su nacimiento: la confrontación ante la realidad.
Muchos de los padres de estos individuos se caracterizaron por ofrecer una paternidad menos rigurosa, temerosa de la disciplina, y desgraciadamente también incorporando la televisión como medio de entretenimiento familiar, y posteriormente individual.
Los modelos expresados en dichos medios obedecen a una hiperrealidad creada expreso para situar dentro de ella una serie de acontecimientos fantásticos, que son los que eventualmente desarrollan una pseudo-trama, dando como resultado que la psique colectiva se vea afectada por modelos totalmente ajenos a una posible realidad.
Además, la
sobreoferta de estímulos perceptuales generan la impresión de tener
conocimiento de todo. Los programas de televisión son interpretados
como guías de vida, e incluso tomados como manuales para resolver
diferentes situaciones. Incluso los productos comerciales adquirieron
propiedades curativas, así que beber café es luchar contra la
vejez, tomar agua nos hace inteligentes, consumir pan mejorará
nuestro sistema digestivo, y demás.
La publicidad ha
creado una serie de hiperrealidades que las personas se empeñaron en
cumplir. Estas pautas de comportamiento reflejan de alguna manera que
tanto éxito tiene una persona. ¿Tiene un buen empleo, un par de
autos, una buena pareja, familiar ejemplar, una bonita casa y demás?
Entonces es una persona de gran éxito, y mientras más se aleje de
ese estándar, menos exitoso será.
Esta percepción causó
muchas insatisfacciones entre las personas que no lograban cumplir su
cometido, y otras tantas que lo lograron, pero aún así siguieron
sintiéndose vacíos. La necesidad del hombre capitalista por
satisfacer estos deseos socialmente construídos se volvió tanta que
terminaron traicionándose a sí mismas para complacer a nadie a
través de la implementación de modelos que tampoco le importaban a
nadie.
Inconcientemente hicimos creer a muchas generaciones que ese modelo de éxito es el correcto para todos.
Pero, ¿qué pasa con los locos y rebeldes? ¿con los vagos y los poetas? ¿qué pasa con los artistas y los músicos? Existe tal demanda por este tipo de carreras que se torna imposible incluir a todos dentro del mismo esquema. Pensemos en algo tan común como la semana inglesa… Se ha probado que trabajar con el mismo horario una y otra vez no necesariamente mejora la productividad, y por ende muchas empresas comienzan a implementar otros sistemas de trabajo.
La realidad no se detiene ahí, al contrario, es justo ahí donde pueden surgir mayores conflictos, y es fácil pronosticar una gran cantidad de jóvenes que se sentirán deprimidos al descubrir que la vida no es lo que pensaban, no es lo que se les había enseñado, y por ende se sentirán traicionados e inútiles.
Estos jóvenes tuvieron acceso al open source, con la posibilidad de simplemente apropiarse de entidades creadas por otros para incorporarlas dentro de las suyas. Crecieron en la cultura del remix, en donde ser creador era tan fácil como tomar el trabajo de otro, concediendose una licencia artística que francamente no merecen.
El problema con esto es que crecieron con la idea de que el mundo es suyo, de que lo pueden hacer todo y que todos son unos genios, cuya valiosa opinión debe ser escuchada y vitoreada, y si no es fácil declararse enemigo de alguien y acusarlo de ignorante, corrupto o tibio.
Sin embargo, pasan los años, y no existe material alguno del que se puedan apropiar para expresar los nuevos conceptos inherentes de la reflexión generacional, y se dan cuenta que no son tan buenos creadores como pensaban, pues carecen de técnica, o que el mundo es más complicado de lo que parecía, pues sus encantos no funcionan más allá de sus círculos de amigos.
La ilusión se rompe, y el ser se afronta ante la inminente realidad, que es mucho más ominosa de lo que pensaba, provocando una sensación de insuficiencia y de inutilidad ante el mundo. La humanidad se empeñó en crear una metarealidad, es decir, una ilusión que si bien hace alusión a la realidad, está totalmente tapada por una serie de creencias que hicieron al mundo más tolerable.
Seamos
realistas, el mundo es cruel, es difícil; la vida exije mucho, pero
también da a manos llenas y la felicidad se vuelve una cuestión de
perspectiva. Estas generaciones hicieron hincapié en solo apreciar
lo bueno, pero dejaron de lado la comprensión del dolor y la ira.
Esto generó una clara incapacidad para aceptar críticas; toda
crítica se vuelve un ataque, y de pronto la libertad de expresión
se ve mermada ante millones de personas incapaces de tolerar un
pensamiento opuesto al suyo.
Hay varios resultados, el
primero es la fragilidad psicológica que caracteriza a estas
personas. El segundo es la fragmentación social, generando grupos
dentro de los grupos, segmentando las ideas y creando pequeños
grupos; poco después sobreviene la violencia a través de la
imposición de ideas, pero es es un tema tan profundo que amerita un
tomo en si. La última, y más preocupante, es la incapacidad de
crecimiento.
Pensemos por un momento al jefe editorial de un periódico de los años cincuenta, propinando severa regañiza al joven reportero, quien a cambio mejoraba su trabajo e incorporaba los conocimientos duramente adquiridos en sus siguientes obras.
Pensemos ahora en un millenial recibiendo la misma regañiza. Muy probablemente este se sentiría ofendido, quizá lo suficiente como para renunciar y amenazar con demandar al señor. Se larga de la empresa, y su trabajo sigue siendo igual de malo que al principio, pues la experiencia no le aportó conocimiento alguno gracias a su orgullo.
La arrogancia de esta generación al descubrir que hay millones de herramientas a su alcance, no les permite entender que una cosa es poder hacer las cosas, y otra es poder hacer las cosas BIEN. Esto sin duda afecta en todos los niveles, principalmente en la paternidad, pero también en lo familiar, en lo social, lo laboral y demás.
El asunto de vital importancia es que al final obtendremos una serie de generaciones incapaces de afrontar la realidad. Muchos de ellos tenderán al suicidio, al darse cuenta que no tomaron las decisiones correctas en su tiempo, y muchos otros terminarán siendo infelices empleados de algún banco o despacho contable, o tal vez el empleado más viejo del área de telemarketing.
La realidad es que esta no es una generación especial, pues a todas las generaciones les ha pasado y les pasará lo mismo. Ni siquiera la arrogancia ha sido diferente, pues cada generación de jóvenes se cree capaz de crear un mundo mejor. Tal vez lo único diferente sea la fragilidad emocional que caracteriza a estos jóvenes.
Si
de algo podemos acusar a esta generación es de prestarle más
atención a las formas que al fondo. Se empeñaron en crear una
impenetrable costra de creencias mal fundamentadas, las cuales son
ignoradas por completo por el universo. Se les enseñó que podían
hacerlo todo, pero no se les enseño como hacerlo, y mucho menos que
hacer.
Al final tenemos a millones de personas que no
tienen de otra más que romper con esa superficialidad, darse cuenta
con valentía que el mundo no es como lo pensaban, y que para formar
parte exitosa de él no solo basta existir, sinó también hacer un
esfuerzo por volverse personas extraordinarias.
En
un mundo con tanta competencia, vale la pena crecer. Son tan pocas
las personas haciéndolo que con simplemente hacer lo que a uno le
toca está dando mejores resultados que la mayoría de las personas.
Son tan pocos los sujetos preocupados por su bienestar trascendental
que superarlos se vuelve fácil… entonces, ¿porqué no
hacerlo?
Solo
basta ponerse los pantalones, aceptar que la realidad no es lo que
pensábamos, y empeñarnos por comprenderla con la mayor profundidad
posible, pues tenemos mucho tiempo que recuperar.