El ser humano es muy vulnerable y su cuerpo y mente extremadamente frágiles, en particular de aquellos que habitan las grandes urbes. Estos seres están acostumbrados a vivir dentro de un sistema compuesto por una serie de factores determinantes de su conducta, que van desde lo psicológico hasta el medio ambiente.
En las urbes, el ser humano vive inconscientemente sometido a un manejo masivo del comportamiento sustentado en las bases del control. Con tanta gente en un solo lugar, es necesario provocar las circunstancias propias para que la ciudad fluya.
Hoy en día hay cámaras por doquier, capaces de reconocer y seguir un rostro a lo largo de una ciudad, el tener dispositivos Orwellianos en casa que nos dan acceso al mundo, pero a través de una restringida ventana que además nos observa y toma nota de lo que decimos para arrojar publicidad acorde.
Todos estos dispositivos generan en los habitantes un sentido de paranoía inconciente similar al de un prisionero en un panopticón, pues nos sabemos vigilados en todo momento, y peor aún, se convence a la población de que vivimos en un mundo futuro en el que las máquinas nos escuchan y obedecen ciegamente, ignorando todo lo que hay detrás.
Por un lado, el perfilamiento psicológico masivo que ocurre detrás
de los servicios de Internet, aunado a la gran cantidad de
información compartida en las redes está siendo procesada por
algoritmos de la mal llamada Inteligencia Artificial, aprendiendo a
tomar decisiones por nosotros, y reduciendo la ya de por si reducida
cantidad de ilusorias ofertas que recibimos todos los días.
Toda
esta información sirve para crear estímulos que están diseñados
para engancharnos por uno u otro atributo de nuestra cognición, y al
lograrlo, nos volvemos víctimas de un conformismo autoimpuesto, el
cual nos conduce -literalmente- a la manipulación de nuestras
emociones, y por ende de nuestras decisiones.
El frágil ser humano convencional se conduce ante la vida bajo el modelo del último hombre propuesto por Nietzsche, en el cual el hombre es conformista, temeroso y prefiere la seguridad de una rutina que alcanzar su potencial máximo. Para esta suerte de hombre, el éxito consiste en ganar más dinero, con el cual puede distinguirse del resto de sus congéneres, con lujosas pertenencias que demuestran que su trabajo es de gran valía; y sin embargo, todo hombre es remplazable.
Al gozar de una relativa estabilidad, este hombre se aburre, pues en realidad no enfrenta ningún reto verdaderamente peligroso, y al estar acostumbrado a vivir en un esquema donde el dinero es el principal motivador, se vuelve prepotente y arrogante ante aquellos cuya condición le parece inferior a la suya.
El hombre aburrido tiende a querer humillar a otros que le parezcan más débiles, pues no es capaz de entretenerse a si mismo con un reto verdaderamente importante, y equivocadamente piensa que a través de la arrogancia logrará mantener e incluso mejorar su posición jerárquica en la sociedad.
Pensemos por un segundo en un muchachito ruso de 17 años de edad en los años 40s, que de pronto es despojado de su tranquila rutina para ser arrojado en medio de un feroz combate, formado en una línea de 10 jóvenes, esperando a que aniquilen al de enfrente para tomar su rifle y por fin pelear de vuelta.
…ahora pensemos en un joven del 2016, berrinchudo y caprichoso por no tener la tablet más reciente, y el servicio de Internet de alta velocidad… ¿cuál es la diferencia? EL CONFLICTO.
El hombre común suele temer al conflicto, pues se sabe frágil y vulnerable. Al no contar con las herramientas para defenderse de una amenaza real, el hombre crece, y se supera, pero le teme al dolor, al sufrimiento, y no está dispuesto a experimentarlo aunque su desarrollo dependa de ello. Solo bajo una situación de amenaza real y latente contra su integridad es que muchos hombres realmente confrontan un peligro de manera frontal.
Siendo objetivos, el conflicto nos hace crecer, pues nos saca de
nuestra estabilidad para confrontarnos, haciéndonos tomar
decisiones, e independientemente del resultado obtenido, todo
conflicto brinda experiencia y conocimiento.
El
crecimiento de toda la civilización humana está basada justo en el
conflicto y la necesidad, y al enfrentar los problemas es como
aprendimos primero a usar una piedra, posteriormente el fuego, la
leña, los metales, y así, hasta llegar ahora al silicio, que desató
justo esta revolución del panopticón. De no ser por las
necesidades y el conflicto, las personas seguiríamos viviendo en
cavernas.
Más allá de eso, y en un sentido estrictamente ontológico, el conflicto es vida. Una vida sin conflicto, además de aburrida, no permite el crecimiento. Mientras estamos en conflicto vivimos, lo demás es tiempo muerto.
Ahora, hablar de conflicto no es hablar exclusivamente de situaciones
de alto riesgo, sino también de situaciones en donde se nos reta,
como cuando enfrentamos un complejo problema maetmático, o una
decisión difícil que afectará a muchas personas, incluso el saber
resolver una frase musical para una composición es conflicto.
Todo
conflicto es útil, y de todo se derivan experiencias, sin embargo si
se requiere una mentalidad diferente para aprender de él, pues para
quien es de mente limitada, el conflicto es un obstáculo, y
terminará por enfrentarlo una y otra vez hasta que por fin aprenda
de la experiencia.
Sin embargo, para crecer del conflicto hace falta ser racionales, y no emocionales. Si bien durante una crisis pueda surgir una emocionalidad interesante, es reto y deber buscar siempre el uso de la razón, pues además de permitirnos resolver el conflicto más fácil, se simplifica la labor de aprendizaje y el sufrimiento es menor. Si uno se torna emocional alrededor del conflicto, este termina por afectarnos y obtener la peor reacción de nuestra parte, usualmente canalizada hacia la violencia y la agresión.
El conflicto no tiene porque ser eterno, tampoco… los tiempos muertos son necesarios para sanar de las heridas de un combate, además de profundizar en las reflexiones generadas por un conflicto, sin embargo no es sano mantenerse lejos del mismo durante mucho tiempo, o el crecimiento se impedirá hasta encontrarlo nuevamente.
El miedo nunca debe ser un obstáculo para enfrentar nuevos retos que nos lleven al conflicto, y aunque es natural sentirlo, no es natural superarlo.
Por desgracia, tenemos a una sociedad con justa razón ignorante de su paranoia, aburrida, con acceso al poder que dan el dinero y la información, aparentemente informados, y desgraciadamente tan alejados de la razón que el conflicto desata pasiones y violencia, en lugar de desarrollo y crecimiento.
Ojalás más personas conocieran y emplearan correctamente la dialéctica…