Héctor despertó temprano esa mañana, incluso 15 minutos antes de que sonara la primera de tres alarmas del despertador. El ansia lo devoraba por conocer cuál sería el destino del último concepto que había presentado una noche durante su más reciente, y posiblemente última, conferencia sobre transhumanismo.
Sabía que sus argumentos habían herido sensiblemente a muchas personas, pues a final de cuentas, cada quien se cree poseedor de la única verdad, y lo peor de todo es que eso es cierto, pues la verdad es subjetiva y, mientras éste sea un mundo posmoderno, la experiencia es lo único que importa.
Con un solo interruptor, Héctor encendió a la vez varios equipos: una cafetera, un ordenador, un multifuncional, una lámpara y un viejo televisor que ocupaba demasiado espacio en la mesa que les agrupaba a todos en un solo espacio. En conjunto, esto era un ambiente de trabajo completo.
Minutos más tarde, tomó su taza de café y encendió un porro que había liado desde la noche anterior. Abrió el sitio web que no le permitiera dormir la noche anterior y encontró una nota sobre la conferencia. La abrió de inmediato y sin sorpresa alguna descubrió que las palabras no le favorecían. Se hablaba del tribulado autor como un déspota, pseudo-socialista, enemigo del capitalismo y la tecnocracia, además de incitador, refunfuñón, grosero y amargado individuo, siendo estos últimos calificativos los que más lo molestaban.
Aún a pesar de lo fuertes que pudieran resultar sus charlas y comentarios, o lo amargada que pudiera parecer la existencia de alguien que se la vive criticando todo y señalando los aspectos negativos de la sociedad y el establecimiento, él llevaba una vida feliz haciendo todo lo que amaba: escribir, pintar, criticar al sistema y desarrollar soluciones que permitieran al hombre depender menos de sistemas como la luz eléctrica, acceso a la red, agua potable, alimento y demás.
Héctor también era muy feliz al saber que no necesitaba gran cosa para serlo, sino concentrarse en hacer lo que le correspondía para satisfacer su Ikigai, su razón para ser, y tener la oportunidad de compartir su conocimiento a través de sus escritos, sus cátedras y conferencias. Aún así, las personas le tildaban de amargado, simplemente por ser tan crítico.
Lo que las personas comunes no entienden es que los críticos de la sociedad existen por una razón; para señalar aspectos que otras personas no son capaces de ver, pues su capacidad de análisis les permite hacer relaciones con mayor facilidad. De no existir críticos, la sociedad estaría bajo la influencia total de las corporaciones y la banca, de hecho, sometidos.
Algunos críticos famosos han permitido que generaciones pasen sin que la humanidad caiga en la ignorancia total, y gracias a autores como Nietzsche, Schopenhauer, Hegel, o más recientes como Chomsky, Ortega y Popper entre muchos otros, subsiste el arte, las letras, la filosofía; de lo contrario, solo habría publicidad, televisión en todas partes, con contenidos sensoriales pero sin profundidad o cauce de pensamiento.
Héctor era un crítico, uno de tantos; algunos disfrazados de periodistas, otros de hackers, algunos más de activistas y uno que otro de político, pero siempre terminan cayendo en la tentación del poder material. Y es que pocas personas tienen la madurez de espíritu para lidiar con grandes cantidades de dinero y no caer ante las garras del juego del poder.
Su conferencia sobre transhumanismo había sido todo lo contrario a lo que esperaban de él, pues alguien con tanta capacidad para entender de tecnología sabría lo valioso que es conservar los patrones neuronales de un individuo y hacerlo pasar por el individuo per se. Como todo filósofo, Héctor presentó una idea totalmente opuesta a la esperada, afirmando que el individuo lo es por una conexión numérica, una huella específica para identificar su lugar, forma y propiedades en el universo.
¡De ninguna manera puede ser eso un ser humano, ni siquiera su prolongación! La valía real es conservar memoria de la información contenida en cada individuo, pero siendo honestos, no todos los individuos se alimentaron de información productiva, social y culturalmente hablando. Demasiado espacio desperdiciado justo en una era de crisis de almacenamiento.
Los abucheos no se hicieron esperar… Las personas comunes están condicionadas a través de su programación para responder ante los estímulos transmitidos meméticamente a través de mecanismos sensoriales-neuronales por el establecimiento, pues así son más fáciles de llevar y contribuyen sin problema alguno en el ciclo de destrucción masiva provocado por el hiperconsumismo y la sobreexplotación de todo tipo de recursos, comenzando por el esclavismo humano.
Al recibir una propuesta contraria, muy al estilo de la caverna de Platón, Héctor tuvo que salir del recinto donde se albergaba el evento y, literalmente, correr por su vida. Su propuesta de hiperhumanismo ni siquiera alcanzó a ser expuesta. ¡Son tan bestias los comunes que resulta imposible ofrecer una alternativa sin llevarse burlas o peor aún, críticas sin fundamentos!
El crítico sabe que será criticado, tanto por la rudeza de su presentación como por la firmeza de sus argumentos y sobre todo, por la influencia que tiene sobre otros para hacerles ver la realidad, logrando que muchos se sientan juzgados por lo que significan las palabras para ellos.
Y es que, ¿Qué caso tiene hacer ver la realidad a personas que están acostumbradas a ser juzgadas dentro de un panopticón? Lo único que se logra es que se sientan atacados y todo sentido de crecimiento pierda relevancia ante un ego ofendido o la posibilidad de una mala reputación, y aunque tal vez ese no sea el propósito, el crítico trabaja en hacer reflexionar a una sociedad, no en atacar individuos.
Pero esta vez el crítico que criticó al crítico había llegado muy lejos. Lo había hecho personal.
Héctor exponía siempre argumentos y fundamentos, y si las personas resultaban heridas se debía a la susceptibilidad que mencionamos anteriormente; pero cuando una persona común resulta herida, tiende a actuar como animal. Si éste es un ser más evolucionado, tratará de dialectar o debatir en lugar de discutir; si no, recurrirá a la violencia verbal, moral e incluso física con tal de demostrar supremacía.
Y es que el crítico no pelea, solo defiende sus argumentos y a la vez trata de derribarlos, tal como lo haría un científico, pero con ideas y conceptos. Las personas lo toman a mal, lo toman personal y lo hacen suyo; en lugar de entender la crítica, recurren a la violencia por el simple hecho de sentirse heridos o asustados, tal como un animal indefenso.
El crítico está dispuesto a escuchar siempre una contrapropuesta, pues parte de su arsenal es la dialéctica (ya sea Platónica o Hegeliana) debido a que permite pulir un concepto hasta que alcance su punto Omega, en donde ya no puede mejorarse más, donde es perfecta. Todo crítico aspira a hacer la crítica perfecta y para eso se requiere debate a través de la dialéctica con un abogado del diablo.
Ésta figura, utilizada por la iglesia Católica desde hace siglos para designar a los nuevos papas, implica ir totalmente en contra de lo bueno que se dice sobre el candidato, y buscar y documentarse sobre todo aspecto negativo tal como lo haría el diablo en persona, esperando encontrar los defectos que le impidan alcanzar el papado. El abogado del diablo es una figura esencial para la crítica pues permite purificarla hasta alcanzar su máximo grado de expresión e influencia.
El crítico está siempre abierto a ser criticado, pero preferentemente por otro crítico y no por un común cuya existencia está sumergida en un mundo lleno de publicidad, ambiciones inalcanzables, avaricia, codicia, pose, soberbia y autoregulaciones condicionadas por sistemas religiosos y sociales. El crítico se critica siempre a si mismo antes que criticar cualquier otra cosa, y un crítico serio se despoja de muchas cosas para poder tener la autoridad moral para criticar.
Lo mismo ocurre con la experiencia; probablemente un crítico tenga más vivencias relacionadas con lo que critica que las que la sociedad imagina. Quien habla con fundamentos sobre algo, lo hace porque lo conoce no solo porque lo domina, o al menos lo entiende con gran profundidad.
Una vez terminada la taza de café y a medio porro ya apagado, encendió un cigarrillo y abrió las redes de convivencia. Tampoco fue sorpresa encontrar miles de notificaciones de mensajes esperando, y bastó mirar por encima para ver que prácticamente todos eran de personas comunes criticándolo. No criticando sus ideas o sus planteamientos, ni siquiera su presentación o sus palabras, sino criticándolo a él, como persona, como individuo.
Por muy analítico y frío que sea un crítico, un ataque personal hace hervir la sangre de cualquiera, pero depende de un alto nivel de inteligencia la reacción que se desencadene, así que Héctor tomó su cafetera, su ordenador, algo de ropa, dejó su multifuncional, la lámpara y el televisor, y desapareció para siempre de la sociedad.