Recientemente me criticaban por mi exceso en el uso de la palabra “optimización”, haciendo claro que era una alegoría indiscutible del capitalismo. Si bien, el capitalismo pretende optimizar todos sus recursos con el fin de generar una mayor ganancia para los socios, su base en la palabra “óptimo” debería aplicar practicamente a cualquier aspecto de la vida.
Las personas, en esta era posmoderna, decaída y descuidada, que se arroja sobre las fauces del “como” en lugar del “porque”, acostumbran llevar a cabo sus vidas sin tomar en cuenta como se desgastan su energía, espacio, tiempo y recursos. La palabra “optimización” ha quedado reservada solo para las empresas.
Y sin embargo, ¿cuántas personas no logran sus cometidos? ¿cuántas metas quedan sin cumplir? O bien, ¿cuánto desgaste pasa una persona antes de cumplir un objetivo? Podría atreverme a decir que en gran parte, el desperdicio de tiempo y de energía es por una falta de optimización en los recursos personales; con esto no quiero decir que hay que trabajar en el baño, sinó que hay que aprender a entendernos, el observar como vivimos nuestra vida en cada sentido para poder comprender nuestros procesos naturales y amoldarnos a nuestra óptima condición.
Una condición óptima de vida podría definirse como el conjunto de pensamientos, ideas, acciones y apreciación de las acciones que realizamos con el fin de eficientar el uso de nuestra energía, nuestro tiempo y nuestros recursos, con el fin de lograr un mejor aprovechamiento de esta condición, que llamamos ser humano.
¿Porqué optimizar nuestra condición de vida? Para aprovechar al máximo lo que esta tenga que ofrecernos; para prolongar nuestra existencia saludable; para ofrecer al mundo algo digno de nuestra existencia; porque organizar nuestros recursos personales nos permite tener un crecimiento en cualquier sentido que lo deseemos.
Pensemos en un ejemplo común: la oficina de una fábrica de lápices. De un tiempo promedio de nueve horas que pasa un empleado en ella, ¿cuántas pasará realmente trabajando de manera efectiva? Podría garantizar que una persona bien concentrada, óptima en su operación y manejo, puede lograr en tres o cuatro horas lo que a un oficinista promedio le tomaría uno, o incluso dos días.
La diferencia es la optimización. Pensar en el objetivo, el para qué, el porqué y el cómo. Esto es indispensable para tomar rumbo, pues si no se tiene claro lo que se hará o porqué se hará, todo esfuerzo será inútil en términos de lo óptimo. Con las bases claras, se puede hacer un análisis de los recursos requeridos y disponibles para completar la tarea, para así poder tomar mejores decisiones con respecto a los objetivos.
Me atrevo a pensar que pocas personas comprenden el concepto de lo “óptimo” y no podrán ver más allá de lo que su escasa cultura les permite, y al no ser óptimos, dificilmente se harán tiempo para ampliarla con conocimiento que permita mejorar su calidad personal y su experiencia de vida.
¿Porqué soy tan pesimista? Porque vivimos en una sociedad en donde la superficialidad de lo inmediato devora el camino del conocimiento profundo, de entender como opera cada elemento con el que interactuamos, y la información se vuelve tan solo un instrumento de negociación, más no de regocijo o incluso de utilidad ontológica.
Pero, ¿qué necesidad tiene el ser humano de profundizar, y no solo vivir la experiencia? Porque como seres humanos tenemos la habilidad para razonar, misma que estamos perdiendo en pos de un mundo que resuelve todo con ciencia, tecnología y dinero, encontrando cualquier respuesta o verdad que queramos encontrar en la misma palma de nuestra mano.
El camino de la humanidad sin la razón está perdido a una orgía de ignorancia que limita el conocimiento a personas con acceso a la tecnología, y que, eventualmente, podrán ser presas de un extendido sistema capitalista que permee hasta cada dispositivo, dejando así el control de nuestra historia, nuestros recuerdos, nuestro trabajo, a manos de un puñado de empresas que usan a las personas como producto de venta.
Por eso mismo es importante hablar de técnica, concepto que al parecer, también está siendo olvidado en pos de lo pragmático del conocimiento encapsulado. La técnica pierde profundidad, y sin optimización de lo que existe, solo queda una muestra de lo absurdamente vanal que puede ser la expresión de cada individuo.
El uso óptimo de una técnica conlleva a un primer triunfo, y cuando se logre manifestar una intención sólida sobre una base bien sustentada, se obtendrá una obra maestra, digna de ser comparada con Goya, con Einstein, con Tarkovsky, con Sharp.
Aprovechemos nuestros recursos de ser humano para poder mejorar, no solo nuestra experiencia vivencial humana, sinó la de aquellos que están a nuestro alcance, pero siempre con la guía de la profundidad, para no terminar sumergido en un lienzo de mediocridad.