Razones de peso

Decenas de reporteros se encuentran acumulados a mí alrededor, pues todos esperamos la salida de la corte del famoso asesino en serie que recién acaba de ser condenado a la silla eléctrica. Sus crímenes han sido tan notorios que la historia nos interesa a todos.

En medio de empujones y sudor ajeno me encuentro, buscando la mejor posición dentro de la valla que los policías han formado para evitar que “alguien” se acerque y quiera buscar venganza por su pariente o amigo victimado por el psicópata, aún así los oficiales entienden la importancia de nuestro trabajo y nos permiten un lugar privilegiado.

La escena es dantesca: decenas de figuras espectrales vagan sobre el piso, justo fuera de las escaleras que conducen al vehículo que le llevará a prisión, justo para que después de 72 horas sea conducido al patíbulo, a donde podremos llegar todos nosotros, pues el grotesco espectáculo es uno de los acontecimientos del año.

Con un saldo relativamente bajo de tan solo doce personas el asesino es muy famoso, pues su métodos para acabar con su víctima han sido los más sangrientos desde el camarada Chicatilo, pues el sociópata disfrutaba (dicen) haciendo sufrir primero a sus víctimas, despellejando con unas tijeras de pollero y un cutter hasta que la víctima entraba a shock hipobulémico. Posteriormente él les traería a la vida mediante infusiones sanguíneas y rudimentarios auxilios médicos, solo para volverles a hacer sufrir, esta vez con lijas y alcohol del 96.

Cada vez se acerca más el momento de verlo. La expectativa es tan grande que las más grandes emisoras internacionales de televisión también se encuentran entre nosotros. Por supuesto tratamos de bloquearles el paso, pues el psicópata es nuestro, es de aquí, de nosotros, y tenemos derecho a entrevistarlo primero, pero el poder de don dinero es tan grande que obtienen el mejor de los lugares.

Está en la puerta, y comienza la bulla. Los reporteros lanzan preguntas indiscriminadamente esperando respuesta mientras se abalanzan sobre sus colegas. Cientos de personas detrás nuestro, equipadas con pancartas, vitorean la decisión del juez por acabar la vida y exigen justicia, pidiendo que su muerte sea tan dolorosa como la de los compatriotas con los que acabó.

Entre tanto barullo se alcanza a escuchar una inteligente pregunta – ¿ Por qué lo hizo?, ¿por qué lo hizo? ¡Dígame! – La respuesta del asesino es muy clara y nos deja a todos en silencio, pues su elocuencia al momento de decirla nos convence de que él, aunque muera, ya ganó.

“Por que quería ser famoso.” – dijo antes de subir al auto que lo llevaría lejos de aquí. Muy lejos.

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