La sociedad Mexicana ha sido víctima de sus propios prejuicios desde la época de la conquista, en donde había gran diferencia entre un criollo a un sangre pura en cuestión de trato y derechos. El registro histórico que se tiene de la sociedad prehispánica habla de una raza orgullosa, inteligente, y si, también con rituales que nos parecerían un tanto primitivos el día de hoy.
Si hiciéramos una comparación directa entre el comportamiento de un Azteca común a cualquier Mexicano de estos tiempos, la diferencia clara sería el orgullo. Nuestros ancestros prehispánicos vivían de, y para la tierra. Entendían que de ella proviene el alimento y los recursos necesarios para subsistir. Hoy en día todos se dicen Mexicanos, pero en realidad no sabemos a que nación referirnos cuando utilizamos dicha palabra, pues al parecer de muchos, no existe un proyecto de nación como tal que nos una y nos de identidad.
Gracias a la globalización, mucha de nuestra cultura se ha desvanecido dentro de un estereotipo tropicalizado a cada región donde sus tentáculos alcanzan. Pocos estados como Oaxaca, en donde se celebran bodas a la usanza antigua tradicional, llenando de color una región que nos llena de orgullo a todos en el país; pero si visitamos ciudades como el Distrito Federal, nos damos cuenta que cada vez nos parecemos más a nuestra contra parte del norte, los Estados Unidos de Norteamérica.
Sin embargo, un rasgo de comportamiento que no ha desaparecido, al contrario, se ha acentuado con los años, es el de hacer una clara separación entre grupos humanos, solo que gracias a la plutocracia en la que vivimos ahora las castas se definen con base al poder económico y de influencia que pueda gozar un individuo y su familia.
Un claro ejemplo de esto son sin duda las esferas política y empresarial comparadas con el resto del pueblo Mexicano. Cuando un gobernador pasa de visita por un lugar, dos días antes se construye un mundo ficticio, limpio y sin problemas para poder recibir de manera adecuada a tan importante sujeto; se invierten cientos de miles de pesos del herario público para embellecer y asegurar el área por la cual pasará, la cual está planeada por su equipo de avanzada para definir los lugares de interés y el orden que recorrerá.
Un día después del paso del gobernador, estructuras se desploman, la pintura cae y los reclamos se vierten sobre los responsables por cada detalle que no pareciera adecuado al visitante o sus acompañantes. La autoestima baja y el sentido de solidaridad con la nación decae. Esto provoca un desaliento en la población del cual no hemos podido escapar en siglos.
Desde la conquista hemos arrastrado un sentimiento nacional de “insuficiencia”, en donde ninguna de nuestras acciones bastan para complacer al amo. Todo es culpa de alguien y siempre hay grandes problemas que impiden la construcción de un mundo perfecto. Siempre es necesario llamar la atención a alguien para poder desalojar ese sentimiento de frustración provocado por la incompetencia.
Hemos arrastrado una sensación de complacencia, en donde se busca quedar bien con el poderoso. Decenas de miles de nativos de México terminaron siendo esclavos de sus amos Españoles, quienes los usaban como animales de carga para realizar el trabajo pesado que correspondía a todos los hombres.
Esto sin duda denotó el respeto de los Españoles por el ser humano, al considerar nuestra casta local como algo más o menos como un animal, que serviría bien para hacer el trabajo duro de sus recién conquistadas tierras, y nuestros ancestros fueron tratados como vil plaga, aún cuando se les recibió como a un invitado especial.
Casi inmediatamente los Españoles se situaron como amos y los indígenas quedaron como esclavos, siguiendo esta dialéctica Amo-Esclavo propuesta por Hegel. Se volvió vergonzoso ser Mexica, a tal grado que la “raza” a la que pertenecemos es denominada Mexicano: Mexica No. La negación total de nuestras raíces prehispánicas, denunciando el hecho vergonzoso que representa la sangre de nuestros ancestros.
Mexica No.
Esta diferencia entre castas ha perdurado, junto con el sentimiento de complacer al amo, siempre insuficientes para satisfacerlo. Los Mexicas, sirvientes, esclavos, los Españoles poderosos, amos. Desde entonces el Mexicano ha luchado consigo mismo y un resentimiento social hacia nuestros conquistadores, producto de madres violadas, niños tomados como lacayos, honorables guerreros masacrados por el hierro forjado de los invasores.
Desde entonces, ha quedado clara la distinción de clases, los poderosos, dueños del sistema económico que ellos mismos impusieron en la ciudad, y millones de personas, de inmediato pobres por dicha situación. Amos y esclavos, dignamente separados por la cantidad de dinero que uno posee.
Es fácil imaginar a un conquistador sentado en el enorme jardín de su hacienda acompañado por algunos visitantes, llamando a su servidumbre con una campanilla, solo para maltratarle frente a sus amigos mientras le exige traer más vino. El esclavo, sumiso, sosteniendo una charola con una nueva botella de vino, la mirada hacia abajo para no deshonrar a su amo mirándole, y por supuesto sin la capacidad ni dignidad necesaria para contestar otra cosa que no sea “si, señor”.
¿Qué pasa cuando el presidente de una poderosa compañía visita una de sus sucursales? ¿acaso no pasa casi lo mismo? Tal vez ahora se farfullen frases como “¿dónde está el reporte de finanzas?”, sin embargo la situación es la misma, un amo visitando su terreno y hablando con el capataz para supervisar sus tierras.
Evidentemente, ahora no es una situación de castas, es una situación de poder, en donde dicha palabra se utiliza para hacer alusión a la cantidad de dinero, de armas o de influencia que se tiene. La gente con poder es recibida como si fueran grandes emperadores, olvidando el hecho más elemental de nuestra existencia, que antes que ser presidentes, doctores, abogados, pordioseros o vagabundos, todos somos humanos.
Este factor parece haber sido olvidado por nuestra sociedad, pero no podemos culpar a la conquista por esta tragedia, de hecho no podemos culpar a nadie por nada, sin embargo, los medios masivos han reforzado actitudes que entorpecen la plenitud de la nación. Actitudes como las de Sara García, cuando llamaba “lamesobres” a su servidumbre y demás.
Se volvió elegante maltratar a otros. Pasamos de ser una sociedad justa a uno donde humillar hace quedar bien, en donde la dignidad no importa, sinó lucir como MexicaNo, como el individuo que no pertenece a la escoria de la nación, sinó a los Señores con S mayúscula.
Existe una gran cantidad de palabras que utilizamos día con día para hacer menos a otras personas; expresiones como “gato” y “naco” se mezclan con tantas otras para dar rienda suelta a la furia provocada hacia el amo.
Pero el problema principal no es ese, es creer que todos somos amos.
Así, al menos lo hiciera parecer la publicidad, en donde el aspiracionalismo generado por las marcas provocan una horda de personas que con orgullo lucen sendos logotipos o las firmas de los diseñadores que crean esas prendas; esto conlleva a un ahogamiento aún peor en el sentido de la nación, pues ahora uno no es Mexicano, es palacio.
Además del sentido de pertenencia, ahora se segmentan grupos menores de personas que conforman una serie de actitudes que van de acuerdo a la marca que usan, como los seguidores de hip-hop que usan la marca del gato y la del pez venenoso, o los rockeros que beben alcohol de las reservas de Tenessee o el monstruo marino mítico de los Griegos. Así, cada grupo adapta su cultura en torno a estas marcas comerciales. Se crean tribus y grupos diseminados que incluso se reconocen entre sí por las marcas que utilizan.
La publicidad nos pinta la idea de crear un mundo perfecto alrededor de nosotros y los nuestros; así como el paso del gobernador es impecable para él, nosotros podemos vivir de igual forma dentro de una esfera protectora alimentada por los productos que se ofrecen.
No importa si el mundo está en caos, nosotros podemos transportarnos de manera cómoda y segura en un nuevo automóvil, que además incorpora una pantalla con acceso a las redes sociales provocadora de más accidentes potenciales; al llegar encontraremos comfort en una deliciosa taza de café o chocolate caliente fabricada al instante en la nueva máquina, y por supuesto los deliciosos panes y quesos que adquirimos en el supermercado.
La publicidad genera dos cosas: la aspiración a un mundo seguro y perfecto para los nuestros, y el inquietante egoismo provocado por sabernos amos de nuestro propio pequeño reino, y al estar bien nosotros, los demás no importan. Por desgracia así ocurre, y se refleja desde frases como “de que lloren en su casa, a que lloren en la mía…”, o la trágica “el que no transa no avanza…”.
El prójimo dejó de ser importante dentro de una nación llena de caos, mala administración, abuso del poder, desastres naturales, corrupción y varias crisis. Los valores humanos se disiparon como humo en el cielo, y cada quien comenzó a ver por si mismo, como una especie de tribu primitiva en la cual se tiene que pelear sobre un cadaver de animal.
Pareciera contradictorio, pero ese desprecio por el “naco de al lado”, derivó en una total falta de respeto y confianza en el ser humano. Al turista se le trata bien mientras traiga dinero, de lo contrario es solo cualquier otro pendejo estafador, y el anfitrión se convierte en el peor hijo de la chingada que existe en el mundo, capaz de machetearle la mano a alguien e ir a la carcel por $200 pesos, solo por que no te chinguen, como bien escribió Octavio Paz.
Siguiendo la misma tónica del lenguaje, con tal de que no me chinguen, prefiero ser chingón y chingarme a alguien. Los Mexicanos no estamos dispuestos a perder una sola cosa más… estamos tan cansados de los robos legales e ilegales que se vuelve imposible la comunión con otras personas, pues la tendencia es a desconfiar y preguntarse… ¿qué quiere él de mí? ¿me va a chingar?
Existe una gran desconfianza en los demás, pues si algo une a México, es la desgracia. Hacemos nuestro círculo de amigos cercanos, a quienes conocemos desde la primaria, y rechazamos inicialmente la idea de conocer a más personas. Aunque sabemos que esto es una generalización, nos aproxima a un común denominador en las nuevas relaciones: el escepticismo.
Smos escépticos a aceptar que entre nosotros, el pueblo, hay personas de gran valía cuya opinión podría ser incluso más valiosa que la de cualquier político o intelectual, y que entre nosotros está la persona que podría cambiar al mundo con un texto, con un invento, con una acción. Damos más importancia a figuras que claramente están manipuladas por los intereses de alguien más, solo porque aparecen en algún medio.
Hemos hecho de los medios masivos nuestra guía de vida, la que nos indica que productos necesitamos para mejorar nuestra salud y nuestro estilo de vida, nos da la opinión que debemos adoptar y pregonar, y además nos entretiene con celebridades carentes de talento real; sin embargo hemos hecho de estas figuras los nuevos sacerdotes.
Sería interesante medir la relación entre aquellos que están a favor y en contra de las marchas que ha habido en la ciudad de México, y compararlo para ver cuantos de ellos se informan en las noticias de la televisión.
La televisión ha sido uno de los principales culpables de la mala información que se maneja en el país; incluso el mismo dueño de Televisa, Azcárraga, comentó que el contenido televisivo era para jodidos. ¿Qué clase de contenido podemos esperar si el dueño se expresa de esa forma a su audiencia? Nuevamente podemos encontrar al amo-esclavo en esas palabras, y “si, señor” es lo único que entonan todos aquellos que decidieron seguir viendo la novela y el futbol en lugar de levantar la voz y reclamar.
Y es que tal vez si estemos jodidos como pueblo… conformistas mientras nos entretengan y no falte una cagüama el fin de semana, sin compromiso por un proyecto de nación inexistente y con la clara tribulación de las cuentas que llegan puntualmente, cada mes o bimestre.
El Mexicano nuevamente se encuentra frente a la espada y la pared, la necesidad de subsistir dignamente, tratando de vivir como rey, o bien, sucumbir al fracaso que implica la extracción de la sociedad al quedarse sin empleo, sin ingresos, y por ende sin poder. Es tan terrorífico el panorama del desempleo, que más allá de pensar en que comer, se piensa en el status quo que se perderá por no tener el dinero para mantener un estilo de vida.
Y es que los estilos de vida que pintan en televisión son inalcanzables. Las personas se endeudan por querer gozar de un estilo que los distinga de los demás, buscando comprar marcas inalcanzables para otros, que denoten la capacidad adquisitiva que se tiene… ¿y todo en pos de qué? ¿de aparentar no ser de la casta baja?
Es hora de darnos cuenta que en México solo hay dos castas, de las cuales se genera un tercer subgrupo, el de aquellos de la casta baja que creen o aspiran ser de la alta, y por ende adoptan ridículas posturas e inumerable sufrimiento por aparentar ser algo que no son. En realidad no se trata de si somos ricos y pobres, sino poderosos, sea lo que sea que dicha palabra implique.
No es vergonzoso ser una persona común, ni debe dar pena no ser un acaudalado terrateniente. No tiene nada de malo no ser un político corrupto, o un narcotraficante, o un exitoso empresario, e incluso un famoso artista. Menos malo es cuando nos encontramos en una ciudad de México sobresaturada de ofertas intelectuales, artísticas, culturales, de conocimiento, etc. Esto no es malo si aún se tienen valores humanos.
Si en verdad aspiramos a una sociedad en la cual podamos gozar de plenitud y aprovechar los recursos naturales que ofrece nuestro país, debemos comenzar por detener juicios y prejuicios sobre los otros. No importa si uno es naco o fresa, rico o pobre, negro o blanco, ateo o religioso… a final de cuentas todos somos Mexicanos, y si no lo somos, al menos estamos de visita y gozando de lo que el país tiene por ofrecer para todos.
Hace falta un sentido humano en el cual se celebre la diversidad, la tolerancia, la armonía, la paz, la abundancia, pues nuestro país es capaz de darnos todo esto y más, y jamás podremos lograrlo si seguimos dejando que existan malas administraciones de los recursos capitales que generamos entre todos los ciudadanos. ¿Qué pasaría si en lugar de financiar a los partidos políticos con el erario público, destináramos ese dinero a promover el estudio formal del arte y la filosofía en menores de edad en sus mismas escuelas, u otras opciones?
Existe detrás una problemática gubernamental/empresarial que nos emboba a través de la publicidad y los medios como el cine o la TV, en donde cada día se regulan menos los contenidos, logrando que una generación entera de niños tenga acceso a programas o películas que de verdad no son adecuadas para ellos, como las de superhéroes.
Pero no podemos culpar solamente a quienes producen los medios, sinó a lo que vulgarmente se le conoce como “el mercado”, la razón por la que los boycotts no funcionan en el país, que ese grupo de gente que adquiere los productos de dichas empresas de manera leal y constante. Ellos no son otra cosa sinó personas comunes y corrientes que tienen una preferencia por una marca sobre la otra, y que son el sustento de enormes corporaciones que solo dan empleo a unos cuantos, y además, por lo regular, mal pagado.
El mercado lo conformamos todos nosotros, y tal vez, si nos diéramos cuenta de las atrocidades terribles que cometen estas empresas para fabricar muchos de los productos que tenemos hoy en día, saldríamos horrorizados a tirarlos a la basura.
Además, pocos mencionan la poca sustentabilidad del modelo de consumo que llevamos. No se trata solo de la basura generada, sinó de los recursos naturales que inevitablemente se agotan bajo la generación de tantos empaques y materia prima que se extraen de ellos, y de los cambios completos en los sistemas ecológicos provocados por deforestación, extracción de agua o minera, siembra de cultivos no adecuados para el entorno, y no olvidemos mencionar la puesta a venta que el actual presidente de México ha comenzado, en una carrera por privatizar los recursos naturales y energéticos del país y ofrecerlos para explotación al mejor postor, claro generando algunos cuantos empleos.
Todo esto pasa mientras el Mexicano se regodea de dos formas: creyendo que su vida está bien, que todo funciona para él, sin importarle el prójimo, o creyendo que su vida está terrible, que nada funciona para él, sin importarle el prójimo. El resultado claro de esta situación es una separación entre aquellos que pretenden estar arriba y aquellos que claramente no lo estan.
¿Dónde está la solidaridad del primer grupo? ¿dónde está la autoestima del segundo? Irónicamente cuando se toca el tema del dinero, todos están “jodidos”. Alguien dice “no tengo dinero” e inmediatamente el otro contesta “yo tampoco”. Inmediatamente nos tildamos de jodidos.
Desgraciadamente esta auto victimización, falsa o no, se ha mantenido gracias a este pesar nacional que implica el aspiracionalismo, pero que no se olvida ni perdona los acontecimientos de la conquista y de la colonia. Todos somos bien chingones, pero siempre andamos bien jodidos.
A México lo une la tragedia, sin duda alguna, pero es más trágico ver que el Mexicano no sabe ver más allá de sus narices, y mientras tenga su televisión para ver el futbol y las novelas y no falte para comer, seguirá sin hacer nada, pues el Mexicano carece de autoestima.
¿En qué momento vamos a recordar la gloriosa Tenochtitlán, los grandes mercados, las antiguas tradiciones de venerar la experiencia y el conocimiento? ¿Lo vamos a hacer metidos en un cómodo sillón del café de moda? ¿vamos a esperar a la nueva red social para organizar una revolución? ¿en qué momento vamos a recordar la gloria de nuestro espíritu, su dignidad, su alcance?
El Popol Vuh menciona a unos dioses tan preocupados de ver que su creación veía tan lejos como ellos, que en un anafre pusieronn algunas hierbas y chile para crear un humo que mantuviera ciegos y mareados a los humanos, y a este humo le llamaron Mitote.
¿Vamos a seguir presos del mitote o vamos a despertar y darnos cuenta que nuestros propios prejuicios entre Mexicanos nos impiden avanzar de manera sincronizada? ¿vamos a seguir siendo víctimas de nuestra propia tragedia o decidiremos ser campeones de nuestra existencia?
Para lograr esto hacen falta valor y consciencia, sin duda alguna, pero sobre todo decisión de querer mejorar nuestras condiciones de vida para poder manifestar con toda plenitud la energía de nuestro ser, y volcarnos a lo que más no apasiona en la vida para así poder cobrar de ello y subsistir haciendo lo que amamos.
Todas las personas en el mundo merecen ser felices, empezando por tí mismo. Es muy común encontrar a la señora copiando el esquema de la telenovela en donde la protagonista sufre en secreto por sus hijos, y se lamenta por las pruebas que dios le pone. Hay tantas mujeres que piensan así por culpa de las telenovelas que se vuelve una patología y se sigue distribuyendo este sentimiento nacional de fracaso, de insatisfacción.
Cuando una persona pretende abrir un negocio inmediatamente se le advierte sobre lo difícil que es, en lugar de felicitarle por promover el autoempleo y emprender una nueva aventura. Si alguien comienza una relación amorosa, inmediatamente se le cuestiona sobre el valor moral y económico de la otra persona, en lugar de decirle lo muy contenta que se le ve. Si un niño quiere subir un árbol, el padre lo baja gritándole que se va a caer, en lugar de apoyarlo y decirle que se agarre bien y pise con cuidado.
Somos una nación llena de limitantes, en donde cada año se renuevan los grupos de reglas para hacer de esta una sociedad comprimida por la opresión. Somos muchos y estamos muy apretados, mientras los gobernantes y empresarios exigen más espacio. Claramente no les importamos como personas, pero si dejáramos de comprar una marca al unísono, las cosas serían muy distintas.
¿Qué no es momento de recordar quienes somos y nuestro poder? ¿no es momento para manifestar la plenitud de nuestra existencia? Es hora de dejar nuestros empleos, juntar los ahorros y abrir nuestro propio negocio, pero no bajo las reglas de la plutocracia, pues así jamás alcanzaremos prosperidad, sinó para el barrio, la unidad mínima colectiva de nuestra sociedad.
En el barrio está el secreto de la subsistencia. Basta caminar 15 minutos por el centro de Tacuba o Tepito para darse cuenta que no existe ninguna cafetería de cadena, que no hay necesidad de supermercados ni de nada que provenga -literalmente- del mundo exterior. La unión entre estas comunidades urbanas son tan fuertes que es practicamente inpensable el abrir una franquicia en uno de estos lugares.
El barrio es un claro ejemplo de como las necesidades pueden resolverse dentro de la misma comunidad, pues existe alguien que vende productos de consumo, la reparación de bicicletas, reembobinado de motores, etc. Lo único que requiere el barrio del gobierno son los servicios, agua y en ocasiones ni siquiera luz.
Debemos encontrar que la comunidad puede hacer grupos fuertes que fortalezcan la autoestima y la unión de México. Si todos conociéramos a nuestros vecinos y nos apoyáramos entre amigos, la vida sería más fácil y podríamos tener más momentos de felicidad. El secreto podría estar en guardar una economía local, en donde todos intercambian servicios, si, a través de dinero, pero es el mismo que se queda dentro del barrio, fortaleciendo las finanzas de sus habitantes, y no de una franquicia que a lo mucho podría generar 8 o 12 empleos a lo mucho, y definitivamente sin generar riqueza a sus empleados.
El autoempleo es una buena prueba de que los Mexicanos podemos. Hay colonias enteras que sobreviven gracias a que sus habitantes decidieron tener su propio negocio y no ser un empleado mal pagado de una empresa transnacional, porque la realidad es que hoy día gana más un taxista por día que un empleado formal de oficina promedio.
El autoempleo es también una manera de recuperar la dignidad y la autoestima, generando resistencia a las grandes empresas que tienen sometidos los bolsillos y la psique de los Mexicanos, y quienes además castigan con severidad a aquellos que no cumplieron con un contrato de compra, incluso privándoles de su propiedad por una suma de $50,000 pesos.
Hace falta gente segura para impulsar, e incluso pensar en un proyecto de nación, y en definitiva lo primero que tenemos que erradicar es este sentido de amo-esclavo, dándonos cuenta que todos somos humanos, que todos somos Mexicanos, y que habrá algunos que hayan tomado decisiones diferentes y elegido otro camino, pero es no lo hace menos, pues seguramente tendrá conocimiento y habilidades que para nosotros serán desconocidas.
Nadie es menos que nadie, nadie es más que nadie. Tal vez en ciertos ámbitos una persona destaque por su conocimiento, pero no podemos esperar que un coach de un equipo de baseball que ha dedicado su vida entera al deporte haga un buen ilustrador, un buen presidente o administrador de empresas.
Ciertamente nos distinguimos como individuos al creer que todos somos iguales en todo sentido. Todos somos humanos, pero unos tienen ciertas habilidades que otros no tienen. Howard Gardner propone en su teoría de las 12 diferentes inteligencias la razón por la cual una persona que luce mal en un examen de matemáticas resulta ser un estupendo atleta, y todo eso debe ser valorado.
Más allá de las diferencias que nos separan, existe la necesidad de poner orden en nuestras vidas, en nuestra mente, en nuestras finanzas y por supuesto en todo lo que constituye nuestro entorno, pero no desde un punto de vista que adopte las normas de la sociedad, sinó desde nuestro punto de vista, sobre que nos hace felices, que nos hace estar cómodos.
Todos tenemos el derecho a mejorar nuestra calidad de vida, y para esto no se requiere dinero. Puede ser muy práctico poner una pastilla en la cafetera y beberlo todo en menos de 10 minutos, pero más rico puede ser calentar el agua en la olla mientras se sostiene una charla amena de media hora mientras se prepara y bebe un delicioso café oaxaqueño. Las relaciones que sostenemos son un impulso vital para poder manifestar nuestro poder.
Es tiempo de cambiar la percepción que tenemos de nosotros mismos y aceptar nuestros errores y aciertos, y darnos cuenta que gracias a nuestros actos somos lo que somos hoy en día y debemos sentirnos orgullosos por ello. Es necesario recordar que cada uno de nosotros tiene un poder inmesurable, que podría cambiar al mundo a voluntad, pero hay que despojar muchos vicios que tenemos como sociedad, como el de llamarle “gato” a alguien solo porque no viste como nosotros…