El mundo juzga conforme a una escala de valores para decidir si una persona encaja o no dentro de una sociedad. Si bien, los actos de los individuos representan gran parte de su carácter y empuje para llevar a cabo sus decisiones, estas suelen venir acompañadas de juicios morales que presionan al individuo a que normalice su comportamiento mientras se desenvuelva en sociedad.
Aparentemente un estado de derecho en el cual se cuestionan las diferentes alegorías que un pueblo pudiera hacer sobre sus gobernantes, es ideal mantener un esquema básico de convivencia social que permita a las autoridades poder detectar a cualquier sujeto que actuara fuera de la norma, y es esta justo la trampa mortal a la cual se somete el pueblo ante dicho estado.
¿Qué es normal en una sociedad moderna en donde prevalece el uso de la electrónica y se acostumbra ver personas a altas horas de la noche parados debajo de un poste robando la señal del vecino? Hace años los vecinos se hubieran alertado al ver a un sujeto parado en medio de la noche afuera de sus casas, y hoy solo señal de tener que cambiar la contraseña.
¿Es normal ver a un
sujeto con piercings y
tatuajes en la cara caminando por la calle? ¿es normal ver a un
sacerdote entrar a un establecimiento comercial? ¿es normal
encontrar a un hombre vestido de mujer? La normalidad es un concepto
que como tal no debería existir a nivel social, pues implica una
norma, un estándar bajo el cual deben vivir las personas para ser
aceptadas.
Podemos decir tanto que ya nada es normal como
que todo es normal. Las normas se han ampliado. En los años 90 era
imposible entrar a un restaurant en el D.F. y ser bien atendido si se
llevaba el cabello largo, y sin embargo ahora ese tipo de clientela
alimenta comunidades completas, como la colonia Roma, en la ciudad de
México.
Tal vez todo sea normal, pues la norma se ha ampliado, o bien, nada es normal, y tanto se ha roto la norma que esta dejó de ser importante. Cualquier que sea la razón, lo que ocurre suele moralizarse… está bien ayudar a alguien pero está mal perjudicar a alguien más, por ejemplo, como guía básica de convivencia moral.
Y si bien, la convivencia es parte fundamental del desarrollo social, ¿porqué insistir en calificar a otros por ser diferentes en aspectos vanos, e incluso vulgares, de sus vidas? Nacos y fresas, ricos y pobres, negros y blancos, homosexuales y heterosexuales, religiosos y ateos… todos antagónicos y todos parte del sistema urbano, por ejemplo.
Como seres humanos buscamos tanto pertenecer a algo que nos identifique, que somos capaces de discriminar, odiar e incluso a matar a otros cuyo pensamiento, ideología, color de piel, lengua o dialécto, e incluso superficiales como la ropa, es diferente.