Se que muy probablemente muchos amigos, e incluso familiares, se enojarán tras leer estas líneas, sin embargo es necesario traer a colación como somos nosotros mismos víctimas,y peor aún, críticos, de lo que nosotros provocamos.
Existe una nueva tendencia en creer que cualquier persona cuenta con la profundidad suficiente para exponer un tema ante un grupo de alumnos. Poniéndolo en palabras sencillas: ya cualquier persona se cree maestro, y hay quienes lo creen.
Es francamente triste vivir en un país en el cual la educación siempre ha sido criticada como origen de gran cantidad de los problemas que lo acechan, y después de una explosión en universidades privadas, hoy en día contamos con academias que cobran mucho pero enseñan poco.
El problema radica en la selección de los maestros, que, como la palabra lo indica, deberían contar con gran maestría de sus materias antes de ser considerados profesores. Y es que es cierto, no es lo mismo saber, que saber enseñar, que saber, y enseñar lo que se sabe.
Puedo contar a carretilladas la cantidad de personas que conozco que dan clases en alguna reconocida universidad o alguna casa de cultura privada, y no es por menospreciar su trabajo, pero francamente considero una burla encontrar a la gran mayoría de ellos dando clases de materias que desconocen.
Esto genera un problema para sí mismos, pues los obliga a tomarse una gran cantidad de horas preparando una clase sobre un tema que, más allá de no dominar, desconocen. ¿Cómo puede una persona abordar un sentido educativo con tan poca ética en pretender ser maestro de una materia que se desconoce?
Y es que ser profesor y ser maestro no es lo mismo… en mi manera de ver al mundo, solo un maestro debería ser profesor. Francamente es terrible encontrar en aulas de reconocidas y caras universidades rostros de personas que, casi con cinismo, sonríen al decir que ahora son maestros de tal o cual, cuando en realidad, conociendo al sujeto, sabemos que no tiene la más remota idea de lo que está pregonando.
La profundidad es un tema aquí… al carecer de profundidad se cae en el error de que el tema que se aborda es sencillo y puede ser tomado a la ligera, generando que los alumnos crean que así es la educación, y comienzan a tomar la vida a la ligera sin darse cuenta del gran potencial que cada persona contiene dentro de si.
Lo mismo ocurre con escritos. Recuerdo con humor aquel reportaje de un amigo, dividido en tres secciones y publicado en un medio que ahora ya no considero serio, en el cual abordaba un tema tecnológico con tal superficialidad que resultaba imposible tomarlo en serio; eso si, para un ignorante, el artículo ampliaría mucho la información que se tiene, pero francamente, con una ligera investigación en Internet se obtendrían más datos útiles al respecto de dicho tema.
Constantemente nos quejamos de la educación de nuestro país, y no quiero demeritar el esfuerzo que hacen muchos de estos pseudoprofesores por aprender y dominar un tema desconocido en un día. No digo que sea imposible, lo que si está fuera del alcance es la profundidad requerida para abordar el tema con maestría.
Seamos honestos, no basta el conocimiento, pues este tiene que ser acompañado de experiencia, de lo contrario el conocimiento, en lugar de ser información, se vuelven solamente datos, lejos del interés del alumno al no encontrar aplicaciones prácticas al mismo. La experiencia, además, permite al profesor ensalzarse y utilizar su propia vivencia para enriquecer un tema, sin mencionar que puede aportar mejores prácticas.
Vaya, el profesor debe contar no solo con experiencia y conocimiento dentro de los temas que expone, sino que además debe tener profundidad en sus métodos o técnicas de enseñanza, pues no es lo mismo enseñar con peras que con manzanas.
Por último me gustaría mencionar que esto es un gran problema para las industrias productivas, pues con esta ligereza para capacitar, los procesos se vuelven superficiales, provocando que las personas se preocupen más por saber que botón apretar, que entender el proceso que ocurre tras dicha acción.
Es necesario, en caso de querer contar con un país justo, que comenzemos por dejar de mentirnos a nosotros mismos y realmente tomemos nuestra propia educación como primer prioridad antes de querer enseñarle algo a alguien más.
Se que en dadas circunstancias, todos podemos ser profesores, sin embargo, el hacer de esta práctica – la enseñanza informal dentro de una estructura formal – solo atenta contra la inteligencia y los procesos creativos de los alumnos.
Ellos merecen más de nosotros. Sus jóvenes y hambrientas mentes se quedan cortas al notar conocimientos flojos, pues una cosa es que sean inexpertos y otra que sean tontos. Es necesario brindarles el respeto que se merecen y adquirir un compromiso de enseñanza con todas las responsabilidades que esto implica.
Este es un llamado a la honestidad, a dejar de lado el hambre del ego, de la reputación, del dinero fácil pero deshonesto, a ser reales y enseñar solo lo que dominamos, precisamente para evitar volver a quejarnos de la situación de nuestro país desde el punto de vista educativo.
Dejemos de ser parte del problema… eduquémonos.